Ruido browniano (o cómo acabar de una vez con la psicodelia) - LaEscena (2024)

La música en sí misma droga al oyente, loopea su conciencia, se la descarrila y la abandona en un no-lugar más allá del tiempo donde no hay más que sensación, donde el presente dura más.
Simon Reynolds [1]

Llamarlo «marrón», como parece que se impone, es como llamar Elizabeth Sastre a la Taylor en España o Inés Taylor a la Sastre en los Estados Unidos. El concepto de «ruido browniano» (inglés, Brown noise) hace referencia al movimiento browniano (inglés, Brownian motion) y este al botánico escocés Robert Brown (1773-1858). Brown fue el primero en observar (al menos, de documentar) las fluctuaciones, movimientos y colisiones azarosos de diminutas partículas de polen vistas a través de un microscopio. Desde entonces, se comenzó a observar comportamientos semejantes de pequeñas partículas en diferentes tipos de fluido, dando además crédito a la teoría atómica de la materia, que atribuye pautas de actividad parecidas en dicho nivel físico. El atractivo del movimiento browniano es que nos revela un mundo en que azar y orden coexisten constructivamente. Como si fuese una novela de Paul Auster (adiós, maestro).

Es muy clara, también, la conexión entre el concepto de «movimiento browniano» y algunos de los debates históricamente más candentes de la filosofía de la mente. Algo nos dice, por ejemplo, acerca del conflicto que se plantea entre la aparente indeterminación de nuestros procesos de toma de decisiones, de un lado, y la consistencia y previsibilidad generales de nuestro comportamiento, de otro lado; en otros términos (todos ellos robados, sin excepción, de DLE™ [2]), entre el apetito, el antojo o el capricho (es decir, el gobierno de la sinrazón) y un mundo (exterior e interno) que se nos presenta como razonablemente construido.

El motivo de mi reflexión no es totalmente ajeno a lo anterior, pero sí diferente. Cambiemos «movimiento» por «ruido» y hablemos de eso que se ha puesto de moda llamar «ruido marrón» y que yo insisto en llamar «ruido browniano». En el fondo, el cambio no es tan radical, porque el ruido, como el sonido en general, no es otra cosa que movimiento, primero, y percepción del movimiento, después. El sonido, no hay que olvidarlo, tiene velocidad. Y hasta es posible ver cómo se mueve. Pero aquí lo que interesa es escucharlo. Concretamente, me interesa explicar que sospecho haber encontrado en el ruido browniano el antídoto (para quien pueda necesitarlo) a los efectos de la psicodelia sonora. Sí, he llegado a la conclusión de que el ruido browniano es el desactivador perfecto de los efectos psicodélicos asociados a la mejor música. A ver si consigo explicarlo.

Lo primero, claro, es explicar de una vez qué es eso del ruido browniano y, de paso, por qué se ha puesto de moda últimamente. Pues bien, el dichoso ruido browniano consiste en una sonoridad constante, aunque irregular, que puede asemejarse al murmullo de una multitud en la calle, de un grupo de personas hablando en un espacio cerrado, a un flujo continuo de tráfico rodado o al funcionamiento de un motor o un mecanismo. Su cualidad acústica definitoria es la dispersión azarosa del sonido (de ahí lo de Brown) por todo el rango de frecuencias, lo que previene cualquier efecto armónico. En el caso concreto del ruido browniano, a diferencia de variantes como el ruido blanco, se evitan, o se filtran, las frecuencias más altas (más agudas), lo que lima el estímulo de cualquier estridencia. ¿Y por qué está de moda? Pues parece que porque se ha extendido la teoría, en la prensa y las redes sociales, que muchas personas han llevado a la práctica, de que el ruido browniano permite a quien precisa concentración mantener a raya cualquier distracción con que pueda tentarlo su imaginación y centrarse en la tarea que está obligado a cumplir [3].

¿(Auambabuluba balambam) bulo? Pues no estoy del todo seguro. Lo más próximo a un fundamento científico del asunto que conozco nos lleva a una universidad del estado norteamericano de Colorado, la Regis University. Allí, un grupo de investigadores de la Escuela de Farmacia han investigado los efectos de ruidos semejantes a los brownianos con relación al llamado «trastorno de atención e hiperactividad» (TDAH) [4]. Sus resultados parecen ser prometedores en el sentido comentado arriba: este tipo de ruidos complementan beneficiosamente otras terapias farmacológicas aplicadas al tratamiento del trastorno [5].

Además ¿pueden estar equivocados millones de individuos enredados socialmente? Por supuesto que sí. Pero concedamos a todas las aristas del asunto el beneficio de la duda. La redactora del reportaje del periódico global El País que me puso al corriente de la moda browniana explica muy eficazmente en dos frases los efectos que los especialistas atribuyen a este tipo de ruidos: (1) «un cerebro abrumado puede sentirse aliviado con un sonido externo que bloquee el ruido de su pensamiento rumiante [6]»; y (2) «un sonido agradable bloquea otros más intrusivos e irritantes».

Vayamos ahora a la música psicodélica, ese tipo de sonoridad que parece mimetizar y hasta confundirse con la actividad mental de quien la escucha: en una palabra, apropiársela. La música psicodélica es psicotomimética, utilizando la categoría original de Osmond [7]: funciona como una especie de réplica de lo que la mente puede hacer por sí misma en ciertos estados de autocontemplación, inducida por drogas alucinógenas o como consecuencia de ciertas condiciones patológicas. En realidad, la categoría «psicotomimético» estaba originalmente pensada para caracterizar estados mentales de este tipo como réplicas aproximadas de lo que se supone que es padecer trastornos como la esquizofrenia en primera persona. «Psicodelia» es una categoría más transversal, que prescinde de direccionalidad alguna en la analogía entre todas esas situaciones. La música es psicodélica en la medida en que despliega recursos que proyectan (sinestésicamente) cualidades de esos estados mentales a la materia acústica. La música se transforma así en un tipo de sustancia mental (sea lo que esta sea, no seré yo quien resuelva el problema de la mente). De este modo, a la psicodelia musical le resulta fácil usurpar la mente de sus oyentes, apropiarse de ella o convertirse en ella. En definitiva, la música pasa a manifestarse como un tipo de mente en sí misma [8], que es lo que literalmente significa «psicodelia» según la propuesta de Osmond.

A algunos esto les podrá parecer, más bien, una forma de intoxicación musical, una especie de veneno administrado por vía auditiva (en particular, si son portadores de una de esas mentalidades a que cualquier cosa que se asocie con la palabra «droga» pone los pelos de punta, salvo que tenga el respaldo de alguna corporación multinacional). Para estos, el antídoto es bien sencillo: cambien de música, desconecten el reproductor o desplácense a otro local… Salvo por el posible inconveniente de que la música suma a esa cualidad que arriba he llamado «mimética» otra muy parecida en la forma, pero no en el significado: la música es, además, «memética» (cualidad de la que se habla desde mucho antes de que existieran las redes sociales [9], aclaro), su capacidad de contagio y permanencia en el contagiado son proverbiales. Nadie está libre de que se le peguen en la cabeza las músicas que más odia.

Pues para el post-efecto contagioso que la psicodelia pueda tener en la mente de quienes odian o hasta repudian este tipo de música ha nacido Brown Noise™. El ruido browniano ataca directamente la dispersión incontrolada de las imágenes, sentimientos y sensaciones que pueden persistir tras la audición de música psicodélica: las atrae, las rodea y las elimina, sobreponiéndose a ellas como un atractor extraño, aunque absolutamente disciplinado. Tan uniforme es en su monótona dispersión que, lejos de la constante expectativa de radicales sorpresas con que la psicodelia nos mantiene en vilo, aborta cualquier propensión mental a una auto-creatividad descontrolada y predispone al cerebro para atender tan solo a aquello de lo que tenga que ocuparse por obligación. El perfecto aliado del utilitarismo mental. Del funcionalismo.

Manténganse alejados del producto quienes gusten de la indecisión, la inquietud y la zozobra.

O sea, de la música.

___

[1] Simon Reynolds. 2010. Psicodelia, postpunk, electrónica y otras revoluciones inconclusas. Caja negra, p. 174 (la traducción de Gabriel Livov y Patricio Orellana).

[2] ¿Y qué otra cosa es hablar en español sino citar constantemente a DLE™? Si hasta deberíamos pagar de buena gana un canon a la RAE©.

[3] Karelia Vázquez. 2023. «¿Qué es “ruido marrón” y por qué sirve para acallar nuestra mente?». El País, 10.01.23.

[4] Thomas A. Pickens, Sara P. Khan y Daniel J. Berlau. 2019. «White noise as a possible therapeutic option for children with ADHD». Complementary Therapies in Medicine 42, 151-155.

[5] No puedo dejar de comentar que la entidad clínica del TDAH está, a su evz, muy cuestionada, al igual que las drogas comercializadas para su tratamiento. Vid. Marino Pérez. 2018. Más Aristóteles y menos Concerta®, NED.

[6] Sin duda, se refiere a la acepción 2 de la voz rumiar en DLE™: «considerar despacio y pensar con reflexión y madurez algo».

[7] Humphry Osmond. 1957. «A review of the clinical effects of psychotomimetic agents». Annals of the New York Academy of Sciences, 417-434.

[8] Guillermo Lorenzo. 2024. «Una meditación metafísica: la música es mente en sí misma», LaEscena, 03.06.24.

[9] Vid., por ejemplo, Susan Blackemore. 2000. La máquina de los memes, Paidós (la versión original es de 1999 y la traducción de Montserrat Basté-Kraan).

Guillermo Lorenzo
Dpto. Filología Española, Área de Lingüística General. Universidad de Oviedo

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